EDUCAR SIN GRITAR
María no quería ir al cole. Le dije “si, vamos a ir. Se acabó el protestar, te vienes porque lo digo yo y ya está”. Dijo que no y entonces se lo repetí de nuevo y otra vez volver a repetir levantando cada vez más la voz. Terminamos yendo al colegio con llantos, sin desayunar, enfadada y agotada. No se que hacer.
Este y otros sucesos suelen ocurrir en el día a día con frecuencia, sin embargo, gritar no es la mejor solución. Gritar es decir algo (mucho) más alto pero no por decirlo más alto nuestro mensaje se entiende más claro.
Cuando le pides a tu hijo que haga algo, “pon la mesa, por favor”, se ponen en funcionamiento tres funciones del lenguaje para una buena comunicación:
• La función conativa: el mensaje tiene una incidencia sobre el destinatario
• La función referencial: vamos a comer
• La función expresiva: (en menor medida), el mensaje dice algo sobre ti.
Cuando levantas la voz, se modifican las proporciones, hasta tal punto que las funciones conativas y referenciales pasan a un segundo plano.
En realidad al gritar no te estás comunicando con tu hijo bien, puesto que el contenido del mensaje (ordenar la habitación, calmarte, estudiar…) llega distorsionado, le transmites todo un papel de informaciones y de sentimientos sobre ti mismo, tu estado, la naturaleza de tus reacciones…
Podríamos intentar gritar otra cosa, pero el contenido de tu mensaje sería el mismo: “mira en que estado me pones” “no haces nada bien”. Seguro que has observado que una vez ha pasado la tormenta, tu hijo querrá o buscará que lo tranquilices respecto a la naturaleza de tus sentimientos y habrá olvidado completamente la razón de tu arrebato.
Cuando acabamos gritando, el niño en última instancia suele obedecer y al fin y al cabo, es lo que buscábamos, aunque hubiésemos preferido un método más pacífico y sin tanto coste esfuerzo-beneficio para llegar a que haga lo que queremos que haga, que obedeciese a las buenas.
Efectivamente, a veces gritar funciona y el niño ha obedecido pero ha funcionado mal, con tristeza, lágrimas, enfados y presiones, pero al final se ha tragado el puré frio (con arcadas), la habitación está arreglada (después de enormes gritos y enfados) y los zapatos puestos (pero no exactamente en su sitio).
Lo que logramos gritando es la confirmación de que eres tú quien tiene el poder. ¡Nada más!. En lo que atañe a lo que querías inculcarle a tu hijo, probablemente habrás de volver sobre el asunto. No podemos creer que entre sollozos y lágrimas ha comprendido de repente la importancia de la nutrición para su crecimiento, o los daños de un videojuego violento en el desarrollo de su sistema de valores.
Puede que obedezca por que cuando es pequeño tiene miedo, sobre todo, de que no lo quieras y a medida que crece: quiere que lo dejes tranquilo, pero también tiene miedo de que no lo quieras o no lo aceptes. Es muy importante hablar de emociones con él, de lo que siente. ¿Tienes algún recuerdo de haber obedecido a tus padres a la fuerza sin comprender por qué debías actuar así?
En un momento de estrés y en una noche que estemos cansados a todo el mundo puede pasarle. Lo que hay que evitar es que esta mala actitud se convierta en un hábito porque a largo plazo los resultados son negativos y nos arriesgamos a dejar de lado buenos momentos con tus hijos y con tu pareja.
¿Qué conseguimos gritando?
– pierdes tu autoridad
– pierdes los nervios para hacer que se respeten las normas y olvidamos lo que era verdaderamente importante
– se convierte en un círculo vicioso, donde al gritar por todo, tu mismo terminas alimentando tu propia fatiga nerviosa y te estresas más y gritas aún más fácilmente
– transmitimos valores dudosos: es probable que tu hijo termine considerando tal situación como algo normal y reproduzca con sus amigos o hermanitos esta forma de comunicarse. ¿realmente este es el ejemplo que queremos dar?
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