Emociones

Las emociones han jugado un papel muy importante en la evolución y adaptación de la especie humana a su entorno.

Una emoción es un proceso que se activa cuando el organismo detecta algún  peligro, amenaza o desequilibrio con el fin de poner en marcha los recursos a su  alcance para controlar la situación (Fernández-Abascal y Palmero, 1999). Las emociones por lo tanto son mecanismos que nos ayudan a reaccionar ante acontecimientos inesperados, y que nos preparan para dar respuestas determinadas.

Sirvieron a nuestros antepasados como señal para enfrentarse a peligros, como el miedo que preparaba a nuestro cuerpo para que nos subiéramos a un árbol al ver a un depredador, y hoy en día, aunque no nos enfrentamos a los mismos peligros, seguimos necesitándolas  para mantenernos alerta. Aunque ya no sea posible encontrarnos con un león hambriento de frente, sí que es posible, por ejemplo en una situación de oficina, encontrarnos con que nuestro jefe quería aquel informe para antes de ayer. Ante esta situación reaccionamos igual que lo hacían ellos: Se  acelera el corazón, se tensan algunos músculos, cambia la expresión de nuestra cara, etc. Por ejemplo, si percibimos una amenaza, suele aparecer la emoción de la ansiedad, que prepara a nuestro cuerpo para escapar o defendernos de esta.

Las emociones influyen sobre la atención y la percepción de las cosas. En situaciones de peligro, nos centramos  en lo que podría amenazarnos hasta tal punto que podemos llegar a bloquearnos y a impedirnos ver cualquier otra opción, llegando a negar cualquier solución propuesta. Es decir, si nuestro cuerpo está reaccionando como si un león nos persiguiera, difícilmente podremos realizar adecuadamente ese informe que era para antes de ayer.

Además tienen la particularidad de que cada persona las experimenta de una forma particular, dependiendo de  sus experiencias anteriores, su historia de aprendizaje y de la situación concreta. Algunas  de las reacciones fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones  son innatas, mientras que otras pueden adquirirse. Aunque algunas se aprenden por experiencia directa, como el miedo o la ira, la gran mayoría de ellas se adquieren por observación de las personas que nos rodean. Es aquí donde debemos comprender la importancia que tienen nuestras emociones sobre nuestros hijos y hasta qué punto pueden influirles. Por tanto, es fundamental que sepamos gestionar nuestras propias emociones, para que así ellos vayan aprendiendo a manejar las suyas y puedan enfrentarse a los retos sin grandes problemas. Es bien sabido que somos sus grandes ejemplos, por tanto es muy importante reaccionar ante las situaciones y gestionar las emociones que sintamos al interpretar los acontecimientos de una forma adecuada.